El mundial de fútbol de 1978 despertó en mi padre, el Capitán Soriani, un interés y una pasión solamente comparable a la que sentía por su amado River. Fue, además, una manera de tender un puente conmigo, ya que en aquellos años nuestras diferencias políticas habían enfriado una relación que había sido muy intensa y amorosa. El fútbol seguía uniéndonos y el Capitán siempre estuvo a mi lado en aquellos años de cárcel y privaciones. Cuando ambos notábamos que el diálogo se complicaba en los temas que nos separaban, rápidamente íbamos a los temas deportivos que nos unían. Ninguno de los dos quería herir al otro y ambos sabíamos cuando terminar con las discusiones que nos dividían.
Ahora, a mi regreso de Qatar, luego de haber disfrutado junto a mi hijo varios partidos del campeonato mundial, repaso las cartas de mi padre de ese año 78 y encuentro párrafos que vuelvo a leer conmovido una y otra vez.